Whisky, Aparente Felicidad

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En cineNT.com le damos la bienvenida a Carol Antúnez, quien nació en Uruguay en 1990. Egresada de la Licenciatura en Comunicación (orientación audiovisual) de la Universidad de Montevideo, se encuentra en pleno desarrollo de su tesis. En los cuatro años de carrera ha ocupado el rol de producción y el de dirección de arte en la realización de cortometrajes universitarios. Como amante del cine desde pequeña, su principal hobbie es leer todo lo que se refiere a ese mundo creador de sueños, además de ver películas y series.

 Los invitamos a leer sus artículos con la gran calidad que la caracteriza, tanto en su análisis como en las cintas que selecciona.


Desde Uruguay, el cine se vive así 01


Whisky, Aparente Felicidad

Por Carol Antúnez

Whisky (2004), una película de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, relata un momento en la vida de tres personajes. Jacobo Koller, dueño de una fábrica de medias muy venida a menos, en Montevideo. Marta, su empleada de confianza. Y Herman Koller, hermano de Jacobo, que vive en Brasil y también es propietario de una fábrica de medias.

Tras la llegada de Herman a Uruguay, para la colocación de la lápida de su madre en la tumba, Jacobo le pide a Marta que finja ser su esposa por unos días. La vida aparente que comienzan a llevar entre los dos coincide con la intención que tiene el título de la película. “¡Digan whisky!”, es un pedido, transformado en tradición, que los fotógrafos hacen segundos antes de tomar una fotografía a un grupo de personas. Estén o no felices, si dicen “whisky”, en la fotografía saldrán con una sonrisa o mera mueca que se asemeja. Esa sonrisa forzada se puede ver en la fotografía que se sacan juntos, Jacobo y Marta, para simular que son marido y mujer.

Anteriormente a la llegada de Herman, la relación entre Marta y Jacobo es monótona y rutinaria. El día empieza con Marta esperando a Jacobo en el portón de la fábrica de medias, quien viene de un bar luego de haber terminado su desayuno. Después que entran encienden la luz, las maquinas y Marta le lleva un té a Jacobo a su despacho. Al terminar la jornada laboral, ella revisa el bolso de otras dos empleadas y las despide: “Hasta mañana si Dios quiere”. Así todos los días.

El cambio comienza con la llegada de Herman. Y se hace notar con el viaje de los tres personajes al balneario Piriápolis, un escenario que los saca de la rutina agobiante de la ciudad y que les permite estrechar más lazos que los de una relación jefe-empleada. Hasta ese entones, su relación y diálogos son fríos, se remiten a un: buen día, permiso, adelante y gracias.

En una encuesta realizada por Interconsult en 2001, exclusivamente para el diario El País, el segundo color que identifica a los uruguayos es el gris (12%), en cuanto a  estado de ánimo e idiosincrasia. El primero es el celeste (48%), pero más arraigado a “la camiseta de gran pasión popular”.[1] Al igual que 25 Watts -película realizada por los mismos directores-, Whisky presenta personajes con una vida color gris. Pero, en este caso, las apariencias logran darle una cuota de dinamismo a sus días. Tienen una decadencia espiritual que hace simbiosis con los lugares que transitan y la música que escuchan: triste y nostálgica. Las paredes de la fábrica tiene la pintura desgastada y con manchas de humedad. Las máquinas no andan a la perfección, hacen un ruido molesto además de romper las medias. El bar, donde desayuna Jacobo todas las mañanas, es oscuro, apenas se puede prender la luz si se la golpea con los dedos. Su casa está llena de cajas, y de recuerdos de su madre muerta.

La nostalgia está presente en todo momento, encarnada en un recuerdo de Piriápolis, balneario que los hermanos hace mucho tiempo no visitaban. Se muestra decadente, con sus calles vacías y negocios cerrados por no ser temporada alta. Quienes hayan tenido la oportunidad de pasear por sus veredas en invierno, la nostalgia del verano se siente en carne propia. El viento y las calles vacías solo evocan el recuerdo, tal vez de la niñez o juventud, en las vacaciones familiares. Incluso, Marta termina sintiendo nostalgia de las apariencias que tanto disfrutó mientras estaba de viaje con Jacobo y Herman. Por unos días, pudo demostrarle a su jefe hasta qué punto llegaba su fidelidad. A través de hechos, y no de palabras, dejó entrever que sus sentimientos hacia él eran más fuertes que el de una simple empleada que sirve a su jefe.

Estos personajes están abatidos por la soledad, solo los llaman al teléfono por equivocación. Sus rostros denotan tristeza y falta de cariño. Además el aburrimiento los lleva a seguir ciertas costumbres, que permite el balneario, para combatirlo: gastar dinero en fichas para juegos electrónicos o caminar por la rambla. Los diálogos son escasos, se comunican a través de silencios, que valen simbólicamente más que las mismas palabras.

Otra vez, Rebella y Stoll, nos muestran a un Uruguay aburrido, que no está abierto a los cambios: se ve cuando Herman le dice a Jacobo que cambie las máquinas de la fábrica y este le hace poco caso. Y que deja que las cosas lleguen a su fin de la peor manera, sin actuar a tiempo: persiana rota. Esto da a entender que una característica de los uruguayos es solucionar un problema luego de que ha causado grandes estragos.

Pero existe otra realidad, no representada en la película, la del color celeste, el primero que nos identifica según la encuesta de Interconsult. Un color que representa los momentos de fervor en los que todo o la mayoría del país festeja: el pasado Mundial de fútbol, la pasada Copa América, las elecciones, fechas patrias y el recibimiento de personalidades célebres. Los uruguayos son nostálgicos, pero saben festejar en en el momento justo.



[1] “¿Quiénes somos los uruguayos?”, http://www.interconsult.com.uy/elpais01/110401f/ep110401.htm, consultado el 21 de noviembre de 2011.


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