Tendría 11 o 12 años cuando vi en video, beta, “Terciopelo Azul” (“Blue Velvet” David Lynch 1986). Mi padre la había comprado (y no en original esos lujos eran imposibles para muchos en los primeros años del formato casero) y la puso con el montón de películas, sin ocultarla. Lo cierto es que no la escondió, no la puso en algún cajón escondida, en un rincón inalcanzable, ni él, ni mi madre me ejercieron algún tipo de censura en lo que veía, creo preferían saber lo que pasaba por mi mente y les consultara cualquier duda y no que las viera oculto y resultara peor todo.
Siempre he dicho que “Terciopelo Azul” es mi película favorita de todo y sobre todo y no es por presumir que la entendí la primera vez que la vi (aún no lo hago) sino porque el impacto causó en mi mente fue el que me imagino Lynch deseaba causar en todos, destruyó mi inocencia, violó y desgarró mi inocente mente, me cambio el mundo. Lo bonito que había en el mundo en realidad era una mala fachada, algo oscuro se encontraba y era aterrador porque era real.